Es la pregunta que siempre me hacen en las entrevistas. Es
difícil responder, al menos para mí. Cuando escribí mi primera novela recuerdo
que simplemente pasé al papel una idea que tenía en la cabeza, como cuando uno
divaga y crea historias, algo que hice siempre, desde muy chica. Tuvieron que
pasar muchos años antes de ser consciente de que las imágenes que rondaban en
mi mente, las historias que tejía para no aburrirme, podrían ser llevadas al
papel, y es que siempre sentí un respeto reverencial por los escritores y no me
atrevía a pensar que yo sería capaz de hilvanar una historia de principio a fin
como las muchas que leí desde niña.
Crecí rodeada de libros, no porque en mi familia fuesen
fanáticos de la lectura, fue porque mi madre no tenía dónde dejarme en
vacaciones y me enviaba a la biblioteca. Allí encontré un mundo incomparable. Podía
pasarme horas sentada frente a la mesa en una dura silla de madera sin
sentirla, porque mis cinco sentidos estaban puestos en el libro, sea “Mujercitas”,
“Moby Dick”, “El conde de Montecristo”, “La isla misteriosa” o “Los tres
mosqueteros”.
Mamá sabía que me gustaba
leer; yo le había contado que en casa de papá encontré una caja llena de libros
debajo de la cama y me los había leído todos. Había muchos libros de vaqueros,
de esos de cowboys, también de Julio Verne y encontré un libro que me impresionó
de por vida: “La metamorfosis” de Franz Kafka. ¿Cómo no iba a reverenciar a los
escritores? ¡Eran unos genios!
Tal vez la respuesta para la pregunta ¿De dónde viene tu
inspiración?, esté allí. En esa enorme cantidad
de libros de toda índole que leí desde niña. No fui aficionada a los cuentos
para niños, nunca tuve uno con esos gráficos a colores que después conocí, ya
de grande, y cuando los leí me parecieron realmente crueles. Madrastras que
tratan de asesinar a sus hijastras, brujas que alimentan a niños para
cocinarlos y comérselos,… ¿Pueden haber mentes más retorcidas? El final, claro, siempre feliz. Tal vez es el
motivo por el que algunas de mis novelas tengas finales realistas, no siempre
las historias terminan como uno desea, la vida es diferente. Cuando acaba una
historia (o la vida) acaba y punto. Hasta podría decir que todos los finales de
la vida son infelices. Por suerte, en las novelas podemos poner “fin” sin ir
más allá de ese final que hemos creado y que quedará impreso por los siglos de
los siglos.
Después de quince novelas de diversos géneros, porque nunca
quise encasillarme ―creo que pese a que mis libros son catalogados por la
mayoría como comerciales, y la principal regla del marketing es crearse un
nicho de lectores, es decir escribir para un determinado grupo―, decidí que
escribiría acerca de lo que a mí me atrajera más. Y lo que más me gusta es
escribir historias extraordinarias, poco
comunes. No podría escribir acerca de las desgracias de una mujer que no es
correspondida por un hombre, por ejemplo, a menos que sea la parte secundaria
de la trama. Tampoco dedicaría horas de escritura a las desgracias de una mujer
abandonada (aunque muchas amigas me escriban diciéndome que su vida da para una
novela). Claro que si mi amiga fue abandonada por un hombre que resultó ser un
espía del Kremlin, y la utilizó para conseguir información a través de la red
de traficantes que se movía en su salón de belleza sin que ella fuera consciente
de ello, el asunto sería diferente.
Creo que la inspiración es la conjunción de varios factores:
El deseo de incursionar en un terreno desconocido (no hay nada mejor que
investigar acerca de una enfermedad extraña, por ejemplo); la curiosidad por saber “qué sucedería si…”
Una fórmula que utilizo con frecuencia, y el deseo de crear personajes
diferentes. No todos los malos son remalos, ni los buenos rebuenos, el ser humano es como es, con virtudes y
defectos. A partir de estos factores empiezo a crear en mi mente, a imaginar
situaciones, a contestar mis propias interrogantes: de haber estado yo en tal o
cual situación… Entonces surge la historia. Pero eso de pensar que de pronto
uno se sienta frente al teclado y la inspiración viene como si se tratara de un
hada madrina, nos toca con su varita mágica y ¡Pum!, se enciende una musa es
absolutamente falso. Al menos en lo que a mí respecta.
La inspiración requiere de un profundo ejercicio de
imaginación, investigación, suposición y, de alguna manera, talento para
llevarla al papel de manera atractiva, coherente e interesante, con un lenguaje
claro, sencillo y comprensible.
¡Hasta la próxima, amigos!